Numerosos fans nos han transmitido el efecto «túnel del tiempo» que la lectura del prólogo de LA HUELLA DEL GATO ha causado en ellos.
Efectivamente, el emotivo relato de IÑAKI LÓPEZ, al que damos la enhorabuena por ese proyecto discográfico fetén llamado HOT 45, nos transporta a aquellos primeros días cuando todo estaba por descubrir… así que, por petición popular, aquí tenéis el texto íntegro del prólogo…
sigue leyendo y saborea esta mágica pócima rejuvenedora…
Cómo olvidar un momento que cambaría mi vida para los restos. Se paró junto a mi pupitre y dejó caer sobre mi cuaderno una PDM «ferro» de 60 minutos. Esperaba desde hacía meses aquella cinta prometida, pero no era recomendable para la salud de uno meterle prisa a un repetidor que calzaba chupa de cuero cuajada de parches, pelo engrasado y botas de motorista aunque subiera, como los demás, en bus al colegio. «Tanto Vincent, Cochran y Bill Halley… vas a acabar hecho un teddy boy con levita colega. ¡Anda y empápate de rockabilly actual tronco!» Aquel «actual» hacía referencia al año 87 y mi exótico dealer era nuestro Johnny Strabler local… pero sin Triumph que cabalgar. Hasta aquel mágico momento previo a la clase de pretecnología, mis conocimientos musicales se circunscribían a unas docenas de manidos clásicos de los 50, como el Johnny Cash en Folsom que pinchaba el viejo en casa y casetes del Killer o el primer Elvis de la SUN records que circulaban entre un selecto circulo de melómanos adolescentes de los últimos cursos de EGB. Aquel día lectivo pasó dolorosamente lento hasta la hora de llegar a casa y cargar aquella prometedora cinta en la pletina. Ni uno solo de los grupos escritos a BIC azul en la cartulina de la casete me decía nada, pulse el «play» de la cadena sin intuir que todo iba a cambiar para siempre.
Allí estaba la veloz y engrasada Telecaster zurda de Mark Harman al frente de Restless, la voz rasposa de Sparky al mando de los psychobillies Demented Are Go, esa eléctrica y saltarina mezcla de rockabilly clásico y pop 80’s de los Polecats o la poderosa mezcla boogie woogie y rock clásico de los hermanos Alvin comandando los Blasters. Canela en rama chavales. ¡Los pelos como escarpias! Por fin los rockers podíamos competir en octanaje con las poderosas guitarras de nuestra tribu rival: los heavies. Joder, es posible que aquel fuera el primer rock’n’roll grabado en estéreo que escuchaba en mi vida. La cara A de aquella reveladora cinta estaba cuajada de la flor y nata del revival rockabilly británico y americano de principio de la década: Deltas, Shakin Pyramids, Guana Batz, Paladins, Meteors… Pero, extrañamente, la cara B estaba reservada en exclusiva para una única banda de ignoto nombre: The Stray Cats. Junto al listado de temas, una pequeña foto recortada del catálogo de Discoplay con tres tipos posando pintureros en lo que parecía un garaje… ¿Quiénes serían aquellos escuálidos chavales que merecían tan exquisita atención y detalle por parte de mi proveedor musical?
En cuanto escuché esa apisonadora llamada «Runaway Boys» se me dilataron las pupilas. Aquella Gretsch sonaba demoledora y fresca a la vez. Recuperaba la vitalidad y el virtuosismo de pioneros como Scotty Moore o Cliff Gallup aportándole la contundencia y poderío de una producción moderna dirigida por otro rocker mítico: Dave Edmunds.
Rock and roll clásico, ska, pop, rhythm and blues, punk… todo casaba perfectamente en un álbum visceral y enérgico que supuraba rabia y ganas de diversión. Había en aquella rodaja temas que hubieran firmado orgullosos los Ramones, versiones salvajes que dejaban las del Rock’n’Roll swindle de los Pistols como meras adaptaciones de la tuna, ecos de Gene Vincent, Warren Smith o Dorsey Burnette ejecutados desde el respeto, homenajes al jump blues de Roy Montrell, trazas de los mejores Clash… delicatessen entre el habitual panorama pop que llenaba las radio fórmulas.
El trío de veinteañeros formado por Brian Setzer, Lee Rocker y Slim Jim Phantom resucitaron un género olvidado incluso en el país que lo parió apenas veinticinco años antes. El rockabilly era poco más que un recuerdo lejano en aquel verano de 1980, cuando nuestros tres protagonistas se auto exiliaban a Londres en busca de un público que no encontraban en su New York natal. Supieron dotarse de un sonido sucio pero virtuoso. Propio y personal. Reconocible. Lograron vampirizar lo mejor de sus ídolos musicales, rejuvenecer viejos riffs olvidados y dejarse tutelar, que no mangonear, por un productor que hablaba su mismo lenguaje. Sumadle a eso actitud y un look potente donde confluyen desde los pantalones de pinzas de sus héroes, hasta el maquillaje glam y aquellos tupés estratosféricos que crearon escuela. Todos queríamos saber donde pillar aquellos pantalones naranjas que calzaba Setzer en la contraportada del Rant’n’Rave, como sujetar aquellos trompos capilares sobre la frente, donde coño hacerse con esa camisa sin mangas que lucia Phantom en Gonna Ball… Con ellos el look rocker iba más allá de los jeans con camperas y el chaleco vaquero sobre la chupa de cuero oversize. Los tipos se pintaban la raya del ojo, se teñían, se ponían ropa de colores y eran los mejores. Los más guapos. Los que mejor sonaban. ¡Cómo no te iba a gustar aquello!
Pero lograron incluso algo más difícil aún. Parir una serie de discos en pocos años sin caer en la repetición. Sin perder frescura ni energía. Sonando siempre renovados. Fueron la piedra angular sobre la que pivotó el revival rocker de los 80 y centenares de bandas que nacieron al calor de una escena que aún goza de inmejorable salud.
Hubo afortunados que los vieron en su primera gira española del 82, otros en su posterior visita del 92, pero la mayoría tuvimos que esperar a su tercer advenimiento en julio de 2004 para verlos al fin en directo. Juntos los tres. Pura energía y diversión. La plaza de toros de Gijón convertida en una olla a presión para escuchar los temas que hicieron que nos enamoráramos de este género, himnos que disfrutábamos desde que éramos púberes, canciones que nos recordaban lo que éramos y por qué estábamos allí.
Treinta años después la música del combo de Setzer sigue formando parte de mi día a día. Sigue teniendo ese efecto de chute anfetamínico capaz de levantar el peor de los días. Los discos de Stray Cats han ganado vigencia con los años, siguen tan actuales y frescos como cuando Arista los paría en los 80. Rotundos e hipervitaminados. El paso de los años les sienta de cojones. ¡Y lo sabéis!
Y ahora, tras gozar cada surco del vinilo, tras hacerles los coros, cerveza en mano, en cada visita hasta la afonía absoluta, tras quemar aquella VHS con su videoclips, tras mandar docenas de sellos a la república federal alemana en los 80’s para que Bear Family nos hiciera llegar aquella reedición japonesa, tras volver loco al sastre del barrio para que te hiciera a módico precio aquellos pantalones de pachuco, ahora, al fin, llega el momento de saber que pasaba por la cabeza de estos chavales de suburbio para lograr ese sonido. En qué cojones andaban para separarse en su mejor momento, por qué no quemaron Original cool antes de editarlo o qué hicieron en aquellos largos años de silencio.
Como ávido lector de biografías y ensayos musicales siempre me ha sorprendido la nula bibliografía sobre los Stray Cats. Es cierto que Phantom se ha descolgado con su biografía hace poco, pero versa más sobre sus correrías angelinas que sobre los gatos. Necesitábamos respuestas, jugosas anécdotas, datos, nombres, responsables… y el mutismo más absoluto desesperaba a los fans de la banda. ¿Cómo es posible que el trío responsable de revitalizar y sacar de las catacumbas la tradición musical norteamericana de los 50’s no tuviera su historia recogida en algún formato? Difíciles de entrevistar y poco colaboradores con los biógrafos, al contrario que los Ramones, que cuentan con tantas biografías como fans, lo que sabemos de la banda son cuatro manidos datos habituales en todo reportaje… hasta la llegada de este libro. Cuarenta años desde la formación de la banda han hecho falta para que un valiente recoja el guante de tamaño desafío. Una biografía tan intensa como extensa para atar cabos, sorprenderse, gozarla y hasta cabrearse en algún momento.
Sólo queda esperar que el libro que sujetas no sea la historia definitiva, que aún los chicos nos regalen algún capítulo más de su felina biografía. Un epílogo a su altura y a ser posible que incluya trabajo de estudio, además de la enésima gira de despedida centrada en la nostalgia. Cierto es que a día de hoy, en 2017, los muchachos rondan los sesenta y hace tiempo que Setzer dejó atrás el perfil espigado que lucía en el US festival del 83 subido al contrabajo de Lee. Pero donde hay pelo hay alegría y los tres conservan más cabellera que Donald Trump, actitud y amor por los colores. Los «creyentes» confiamos en otra resurrección a la altura de la que Setzer le insufló al swing en los 90’s. No olvidemos que el rubio nos ha dejado muchas pistas en estos últimos 36 años sobre lo definitivo de sus despedidas…
«I got nine lives baby I just keep comin’ back…»
Iñaki López
Iba a decir no tengo palabras pero sí, tengo muchas y no pararía de escribir: son impresionantes a veces los paralelismos, y en este caso, cuando se comparte con alguien que te cae bien la pasión por un género y un artista en particular, la emoción es doble. Yo también soy fan de los Stray Cats desde el insti, también los vi en el 2004 (casi en el 92… pero no pudo ser), y para colmo, también me llamo Iñaki López (de Donosti, eso sí). Y hace ilusión que un tío como Iñaki, al que sigo desde el principio en ETB y ahora todos los sábados, y al que admiro en lo profesional, sea un seguidor declarado de Setzer&Co. Espero el libro con ansiedad.
Yo en el 92 los vi en Barcelona y aunque era una chiquilla me acuerdo bastante. Acabo de descubrir por casualidad la existencia de este libro y estoy esperando a mi cumple para regalarmelo. Gracias, autor, e Iñaki por apoyar a este mundillo.